20 de diciembre de 2013

De ratones y hombres

-Háblame de la casa George -rogó Lennie.

-Claro, vamos a tener una casita, con una habitación para nosotros. Una buena estufa de hierro y en invierno mantendremos el fuego siempre encendido. No es demasiada tierra, de modo que no tendremos que trabajar mucho. Quizá seis o siete horas al día. Pero se acabó lo de cargar sacos de cebada durante once horas cada día. Y cuando llegue la cosecha, allí estaremos nosotros para recogerla. Así sabremos qué resulta de lo que sembramos.

-Y los conejos -adelantó Lennie ansiosamente-. Yo los cuidaré. Cuéntame cómo voy a hacerlo, George.

-Claro, vas a ir al campo de alfalfa con un saco. Vas a llenar el saco y a poner la alfalfa en las conejeras.

-Van a comer y comer, con esos dientes que tienen -dijo Lennie-. Yo los he visto hacerlo.

-Cada seis semanas, más o menos -prosiguió George-, las conejas van a parir y tendremos conejos de sobra para comer y vender. Y tendremos unas palomas para que hagan nido y vuelen cerca del molino, como hacían cuando era pequeño. -Miró absorto la pared, por encima de la cabeza de Lennie-. Y todo sería nuestro, y nadie podría echarnos. Y si no nos gusta un tipo, podremos decirle "Váyase de aquí", y tendrá que irse, qué diablos. Y si llega un amigo, tendremos una cama de más y le diremos "¿Por qué no pasas la noche aquí?" Y se quedará con nosotros, qué diablos. Tendremos un perro de caza y un par de gatos, pero tienes que cuidar que esos gatos no maten a los conejitos.

Lennie respiró con fuerza.

-Déjalos que se acerquen a los conejos y les romperé el pescuezo. Les… los aplastaré con un palo.

Se calmó luego, pero continuó gruñendo para sus adentros y amenazando a los futuros gatos que se atrevieran a molestar a los futuros conejos.

George quedó absorto, extasiado ante su propio cuadro.


John Steinbeck