llamando a sus hijos a la
cena.
La poesía de una radio que suena al
otro lado
de una ventana apenas
entreabierta.
La poesía de un mendigo inclinado
ante una gorra
en las baldosas, en espera de
limosna.
La poesía de un charco agostado
entre piedras.
La poesía de una mujer que se levanta
de la cama
buscando a tientas el sujetador en
la penumbra.
La poesía de un perro que se estira
bostezando en una alfombra.
La poesía de un televisor con el
volumen silenciado
mientras suena música y los cuerpos
se enajenan.
La poesía de una calle a media
tarde
en cuyo extremo hay un boquete de
luz que se proyecta
sobre el mar, atravesado por los
tumbos de un borracho.
La poesía de una voz en el
teléfono.
La poesía de un autobús que remonta
la avenida
lleno de gente ensimismada.
La poesía de un viejo vagabundo
desdentado
apurando un cartón de vino en la
escalinata de una iglesia.
La poesía de una mancha de aceite
en una acera.
La poesía de un hombre gordo que se
agacha
para atarse los zapatos al fondo de
la barra
resoplando alrededor de una
colilla.
La poesía de una anciana que se
arregla el maquillaje
en un espejo.
La poesía de unas manos que casi no
son mías
tanteando (¿tonteando?) en el
teclado...
Toda esta poesía que nunca cabe en
un poema.
Roger Wolfe